Juan Hernández Zubizarreta Profesor de la Universidad del País Vasco UPV/EHU
Bangladesh: Mango y El Corte Inglés
¿Por qué el Gobierno español y la UE no aprueban un marco normativo donde las transnacionales sean obligadas a respetar los derechos humanos en todos los lugares donde actúen?
El derrumbamiento del edificio Rana Plaza en
Bangladesh ha provocado al menos 1.022 muertos y 2.437 heridos, que se
suman a más de 600 muertos y 2.000 heridos en los últimos siete años por
incendios en fábricas textiles.
El Gobierno de Bangladesh decidió incorporarse en los años 80 a la
cadena global de mercancías de manufactura de ropa; creó las Zonas de
Procesamiento para la Exportación, pequeños «reinos de taifas», donde la
frágil legislación nacional se repliega ante los pedidos de firmas
multinacionales como el Corte Inglés y Mango. A las cadenas de
producción -proveedores y subcontratistas- se suman condiciones
laborales de explotación que nos acercan más a la Revolución Industrial
que al siglo XXI. Se niega el derecho a sindicarse; se cobra el salario
mínimo; las jornadas son interminables; no se respetan las bajas por
maternidad, ni las horas extras; las ausencias se castigan con
reducciones salariales; las medidas de prevención de riesgos laborales
no existen; en algunos casos, el Gobierno corre con los gastos de
electricidad, gas, agua; se subvenciona la adquisición de tierras; se
otorgan importantes exenciones fiscales y los materiales importados no
pagan arancel alguno. Los miembros del Bangladeshi Center for Worker
Solidarty han sido detenidos y torturados en numerosas ocasiones desde
abril de 2012.
Este es el marco normativo que respetan las empresas
como El Corte Inglés y Mango, marco que les permite obtener tasas de
beneficio altísimas a costa de la explotación y violación de los
derechos humanos y laborales de los trabajadores y trabajadoras de
Bangladesh. El sindicato internacional IndustriALL recuerda que los
costes laborales de una camiseta fabricada en Bangladesh son de 1,5
céntimos de euro, mientras que su precio de venta es de 20 euros; el
precio de venta al público puede ser más de diez veces su coste real. El
salario mínimo de los trabajadores y trabajadoras no llega a un dólar
diario, se encuentra fuera de los umbrales de pobreza absoluta
internacionalmente aceptados. Esta es su verdadera ética empresarial.
El Gobierno y las clases dominantes de Bangladesh también se
benefician de estas inversiones y condiciones de explotación. Todas las
reformas de la legislación laboral se han aproba- do por la lucha de los
trabajadores y trabajadoras; no obstante, el chantaje de las
multinacionales -si cambian las condiciones y aumentan los costes, nos
vamos a otro país- y la complicidad del Gobierno han servido para
modificar de manera restrictiva los derechos sociales y generalizar la
represión y la explotación.A partir de aquí, las propuestas de control de las empresas transnacionales basculan entre los acuerdos entre partes o las meras declaraciones sin exigibilidad jurídica, que son una mezcla de lavado de cara, burocracia de las organizaciones internacionales y, sobre todo, intentar aparentar que se hace algo sin hacer nada. Solo las lideradas por los sindicatos y la sociedad civil internacional son propuestas dirigidas a controlar el capital transnacional.
Las transnacionales Mango y el Corte Inglés, entre
otras, ajustan su responsabilidad legal a un bucle infernal. Afirman
cumplir la ley del Estado receptor -Bangladesh- y en ningún caso aceptan
cumplir directamente el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y
el Derecho Internacional del Trabajo. Su responsabilidad legal se
encuentra fracturada entre la legislación internacional, la del Estado
matriz y la del Estado receptor, y solo aceptan acatar -cuando la
acatan- la legislación del país receptor, en este caso Bangladesh; eso
sí, presionan, chantajean y corrompen todo lo que haga falta para que la
legislación les resulte favorable. El 22 de abril -el derrumbamiento
fue el 24- el Gobierno de Bangladesh bloqueó una ley que mejoraba las
condiciones laborales por la presión de las multinacionales.
Las modificaciones en la división internacional del trabajo ponen de
manifiesto la presión en las cadenas de producción; la externalización
de costes permite obtener beneficios desproporcionados mediante el pago
de bajos precios a proveedores, contratistas y subcontratistas por sus
productos o servicios, al margen de las condiciones que tengan los
trabajadores y trabajadoras. Las empresas transnacionales constituyen el
eje sobre el que basculan las cadenas de subcontratación y han sido el
camino por el que se han ido reduciendo los derechos laborales.Los homicidios de Bangladesh se producen en este contexto y el Corte Inglés y Mango participan de esta lógica. Además, se niegan a extender la responsabilidad de la empresa matriz a lo largo de la cadena de producción con las filiales, proveedoras, contratistas y subcontratistas. Es más, la representación internacional empresarial en la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se opuso frontalmente a cualquier norma internacional que regulara su responsabilidad a lo largo de la cadena de producción. Se han negado radicalmente a transformar sus llamamientos retóricos y vacíos a la responsabilidad ética en la cadena de externalización, en exigibilidad jurídica. En otras palabras, mientras la tasa de beneficio sea suculenta, que el trabajo sucio lo hagan los proveedores de Bangladesh.
Por otra parte, las empresas transnacionales se oponen a discutir -y más a aprobar- cualquier tratado internacional que regule sus prácticas de manera vinculante en el seno de las Naciones Unidas; no aceptan constituir un tribunal internacional que tutele los derechos de las mayorías sociales frente al poder transnacional, ni tan siquiera aceptan crear un Centro de Empresas Transnacionales que fiscalice sus prácticas, inspeccione sus incumplimientos y articule las denuncias de las víctimas. Resulta evidente que prefieren definir los contornos de su responsabilidad, al margen de cualquier injerencia externa de control.
En definitiva, quieren que sus obligaciones se ajusten a legislaciones profundamente neoliberales como la de Bangladesh y a la mera Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Al fin y al cabo, las ideas seudonormativas sobre las que bascula la RSC son la voluntariedad, la unilateralidad, la autorregulación y la no-exigibilidad. De ahí que esta no sea una respuesta ante determinadas protestas sociales, ni siquiera un lavado de cara de su actividad, sino una nueva forma en que se configuran las relaciones entre las empresas y el modelo capitalista. Este es el marco de sus obligaciones, que se mueve en los contornos de la impunidad.
Junto a la voluntariedad y unilateralidad de la RSC hay que tener en cuenta los distintos mecanismos de verificación y evaluación de la misma. Más allá de la pluralidad de sistemas, de su burocratización y de su dudosa imparcialidad, su dimensión más perversa es la apariencia de legitimidad que dota a las memorias de RSC. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Por un lado, la pluralidad de mecanismos, de sistemas y de índices de evaluación provoca un desconcierto y una hiperinflación de datos, de información selectiva y unilateral que, lejos de garantizar los contenidos de las memorias, refuerza los equipos de RSC de las transnacionales en detrimento de controles de los sindicatos, organizaciones y movimientos sociales. Analizando las memorias de El Corte Inglés y de Mango comprobamos todas y cada una de las afirmaciones descritas. Lo ocurrido en Bangladesh nunca aparecerá reflejado en sus memorias, ya que la responsabilidad será de las empresas proveedoras y, en su caso, del Gobierno de Bangladesh.
El año pasado por estas fechas, el Gobierno
argentino decidió expropiar a la empresa española Repsol el 51% de las
acciones de YPF. Inmediatamente el Gobierno español, muchos medios de
comunicación, algunos partidos políticos, responsables de la Unión
Europea... denunciaron la violación de los contratos de explotación, del
tratado de inversiones, de la seguridad jurídica de los intereses de la
empresa española... Sin embargo, ante la muerte de más de 1.022
personas y más de 2.437 heridos no hemos oído ni una palabra de
condolencia. La seguridad jurídica de los trabajadores y trabajadoras de
Bangladesh no se puede comparar con los intereses de las empresas
españolas. Las ganancias de El Corte Inglés y de Mango valen mucho más
que los muertos, heridos y mutilados por el supuesto accidente laboral.
Una vez más, la culpa es de las empresas y del Gobierno de Bangladesh,
no olvidemos que las empresas españolas son «éticamente responsables».
¿Por qué el Gobierno español y la UE no aprueban un marco normativo
donde las transnacionales sean obligadas a respetar los derechos humanos
en todos los lugares donde actúen? En esta dirección destaca la campaña
europea «Derecho sin Fronteras para las multinacionales»; su objetivo
reside en que el Estado defina un marco jurídico que exija a las mismas
obligaciones claras y que tome medidas para que no violen los derechos
humanos en el extranjero. Los responsables de Mango y el Corte Inglés
deberían asumir sus responsabilidades civiles y penales y ser juzgados
en tribunales españoles por violaciones gravísimas contra los derechos
humanos.El capitalismo es terriblemente cruel, y el Corte Inglés y Mango actúan en coherencia con tanta crueldad; además, las secciones sindicales, los comités de trabajadores de estas empresas y los consumidores no podemos ser cómplices de tanta miseria ética. No hay excusa alguna.
Fuente: Gara
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